Jay Haley: Mi Maestro (Homenaje a Jay Haley, por Salvador Minuchin)


Introducción

El siguiente texto es la traducción del obituario que Salvador Minuchin escribió por la muerte de Jay Haley en la revista Family Process. He realizado esta traducción para incluirla en este blog debido al interés histórico que tiene para los Terapeutas Familiares y los Terapeutas Sistémicos.

Traducción

Su voz era clara y desafiante, y ahora se ha silenciado para siempre.

La relación entre Jay y yo se remonta a finales de los 1960s, cuando fui a Palo Alto a convencerlo para que viniera a trabajar con nosotros a la Philadelphia Child Guidance Clinic. Le sugerí que viniera a la clínica y que, durante medio año, observara lo que estábamos haciendo y, entonces, decidiera lo que quisiera hacer. Después de tres meses dijo que sería jefe de investigación, pero en realidad se convirtió en nuestro Profesor Residente.

Durante años, entre las 8 y las 9 de la mañana, mientras viajábamos en coche a la clínica, Jay, Braulio Montalvo y yo hacíamos una especie de seminario improvisado. Con la claridad que le caracterizaba, Jay presentaba ideas sobre la teoría de los sistemas y los tipos de intervención que tan esotéricos nos parecían a Braulio y a mi, y nosotros respondíamos con el pragmatismo de los clínicos, tratando de poner riendas a su certidumbre. Con el tiempo, la fuerza de nuestras voces creció y nos convertimos en participantes iguales en una conversación que dio forma a las ideas que conforman, creo yo, la base de mi pensamiento obre la terapia estructural y sobre la terapia familiar estratégica de Jay. A medida que trabajábamos juntos y nuestra amistad crecía, desarrollamos un patrón en nuestra relación que el staff de la clínica describía jocosamente como los miembros de una empresa intergaláctica. Jay era el intelectual Dr. Spock, Braulio era el Dr. Bones y yo el Capitán Kirk. Fue una asociación formidable.

Jay siempre estaba empujando los límites, poniendo a prueba los límites de nuevas ideas – exploraciones que llevaban su impronta de ser claro, bastante inclusivo y retador. Y siempre fracasé en mi intento de domar su audacia. Jay parecía necesitar de un oponente para afilar su pensamiento y dotar de energía a sus exploraciones, pero una vez que quedaba satisfecho con sus propias explicaciones, entonces se suavizaba y se convertía en un profesor comprometido, moviéndose grácilmente desde ideas tales como las de la resistencia homeostática de un sistema hacia un enfoque específico sobre el estilo de intervención restringido de un terapeuta.

Él siempre estaba disponible para sus estudiantes. Aún después del final del día, se le podía ver rodeado de jóvenes, como si fuera un filósofo peripatético griego, pero sin toga. Y en su supervisión había solo una regla: Nadie podía criticar al terapeuta, a no ser que dicha crítica fuera acompañada de una alternativa de intervención.

Como siempre estaba desafiando a las instituciones educativas, sosteniendo que infligían daño a sus alumnos, se entusiasmó cuando conseguimos una subvención para formar a paraprofesionales en terapia familiar. Había una oportunidad de entrenar gente que no estaba influida por por la imposición de obtusas ideas impartidas por un colegio. Jay desarrolló entonces la que se convertiría en nuestra estrategia de enseñanza: un enfoque inductivo al entrenamiento de terapeutas. Los estudiantes tendrían primero la experiencia, y después comprenderían el significado de lo que ellos habían hecho. Todas las entrevistas familiares serían supervisadas en vivo, y era trabajo del supervisor proteger tanto a la familia como al terapeuta en entrenamiento. Un teléfono detrás del espejo siempre estaba listo para corregir la intervención. Para hacer posible tal inmersion en frío a la terapia y a sus técnicas, Jay preparó un mapa detallado de la primera entrevista que los estudiantes usarían para guiar el viaje del primer encuentro. Fue el respeto, la exigencia y la disciplina las que ayudaron, creo yo, a que estos colegas se volvieran tan profesionales como cualquier colega entrenado en una universidad.

Tanto si supervisaba a profesionales como a paraprofesionales, Jay se sentaba detrás del espejo con un teléfono en la mano. Después de un periodo de observación, desarrollaba un plan completo de tratamiento, con un objetivo claro y un set tentativo de posibles intervenciones. Siempre era interesante observar este proceso creativo para ver cómo él podía casi preveer lo que sucedería. Sus planes frecuentementemente implicaban tanto la utilización de directivas como la indirección; una comprensión de los procesos lógicos, pero también de lo absurdo de la vida. Había una petición explícita de la aceptaciónd e la tarea requerida para el cambio, y una sonrisa implícita que reconocía que en la vida no hay caminos rectos, y que toda meta es temporal.

Pienso que esta dualidad – el académico disciplinado combinado con la sonrisa de complicidad del Gato Cheshire – fue su mensaje para los estudiantes, pero este era entrefado en pequeñas dosis acumulativas hasta que, con un “Eureka”, este se incorporaba y se convertía en una nueva perspectiva de la vida, de la terapia y de las relaciones entre las personas, que resultaban tan claras como desconcertantes.

Había en Jay un optimismo infinito sobre las posibilidades de la terapia. Nos enseñó un viaje directo hacia una expansión más efectiva y armoniosa de as relaciones. Con el tiempo, sus enseñanzas perdieron su paternidad y sus técnicas e ideas se convirtieron en parte de la gramática del campo, un domino tesoro de domino público que todos utilizamos. Jay fue un samurai que nació tarde, con su espada siempre dispuesta para desafiar la necedad y el absurdo. Defendía con pasión a los niños, a los cuales observaba cómo se volvían adictos a las drogas de prescripción, y criticaba duramente al establecimiento psiquiátrico, cuyos pronunciamientos sobre la condición humana consideraba pedantes y oscuros. Ahora que él ya no está aquí para librar nuestras batallas, nos sentimos disminuidos y desprotegidos.

Comentarios

El texto anterior resulta muy interesante para los terapeutas familiares por diferentes motivos.

Por una parte, nos ofrece una imagen de un Jay Haley en la plenitud de su carrera, a más de 15 años de haber iniciado en el proyecto de investigación de Bateson, y a más de 10 años de su conclusión y de su incorporación al Mental Research Institute. Además, ya había escrito para ese entonces uno de sus libros más importantes, “Terapia para Resolver Problemas”, donde desarrolla la manera práctica de trabajar con uno de sus constructos teóricos más importantes: el poder y el control en los sistemas familiares, y que sería el primer bosquejo de lo que más adelante se convertiría en la Terapia Familiar Estratégica.

Al mismo tiempo, deja entrever la manera en la que el trabajo de Jay Haley influyó en el trabajo de Salvador Minuchin y en su modelo de Terapia Familiar Estructural. Aunque Minuchin fue formado inicialmente como psicoanalista en el William Allanson White Institute de Nueva York con Harry Stack Sullivan y otros neo-culturalistas freudianos que influyeron sobre su manera de comprender al sistema familiar desde una perspectiva psicodinámica, fue el trabajo con Jay Haley (a quien consideró como su maestro más allá de como un colega) el que tuvo una influencia definitiva sobre la consolidación de la Terapia Familiar Estructural.

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